miércoles, 30 de junio de 2010

El Comando Jueves


Mucho se ha escrito y debatido sobre los héroes de Prusia, adalides de la libertad que vertieron su sangre sobre un yermo paraje que hoy es floreciente patria de lucidos pensadores, trágicos artistas y visionarios pornógrafos.


Enorme deuda de gratitud que nunca saldarán del todo nuestros historiadores para con ellos, pero casi anónimos para el pueblo siguen siendo otros guerreros, cuyo fervor no era bélico y misión nunca pretendió posesión terrenal; movidos por el ansia de conquistar un reino hedonista y espoleados con la torpe furia del borracho, consiguieron lo que todos habían dado por imposible: Manejar el tiempo a su antojo; tornar el jueves en sábado y el martes en jueves.


Tradicionalmente, antropólogos y expertos en historia prusiana han tachado al Comando Jueves como de grupo sectario y ocultista. Así, Macnamara, en su obra “Comando Jueves: Un atajo de ruinas” afirma que “(…) reunidos en comandita, la secta alababa y bebía lo que consideraban la sangre de su ídolo sagrado mientras proferían cantos en su honor: Oh Bardinet, oh Bardinet, todos queremos que marque Bardinet” ; “(…) para obtener el licor al que atribuían divinas propiedades, debían rendir tributo a una especie de sumo sacerdote al que se le conocía dentro del culto con el nombre de El Joven Purista”


Estudios como el anterior, sesgados por una visión judeocristiana y tradicionalista, han hecho que hasta la publicación en tiempos recientes de investigaciones más profundas sobre el movimiento; al Comando Jueves le haya rodeado siempre un halo de esoterismo y fanatismo.


Nada más lejos de la realidad, el Comando Jueves era un grupo de jóvenes entre los que se contaban ingenieros decadentes, periodistas de folletín, juristas harapientos, filósofos barbones y matemáticos amantes de la baraja. Lo que unía a tan diverso grupo era la ilusión de conseguir crear un mundo dentro de otro mundo, y empezaron (y acabaron) por variar el orden preestablecido de los días; Bardinet, un duro y viril licor de azúcar de caña no era para ellos un ente divino ni El Joven Purista era el oficiante que nombra Macnamara: Simplemente eran el licor adecuado y el hombre apropiado para suministrarlo.


Algunos piensas que su revolución fue un auténtico fracaso pues pocos en el pueblo la siguieron, pero hoy en Prusia, en pleno Siglo XXI, los que gustan de perderse por la noche cuando demasiado pronto dijeron “me tomo una y vuelvo para casa” y los que se levantan un viernes acordándose de “el tinto de ayer”; cuando brindan con sus copas y se lamentan sobre sus tazas de café, lo hacen en honor al Comando Jueves.

lunes, 21 de junio de 2010

Crónicas de un Soldado Prusiano (tercera entrega)

- Dame mil quientos dólares prusianos en fichas de valor intermedio. - Struchem desató una bolsita de su cinturón y volcó sobre la mesa un copioso montón de monedas.

- Wooff (la apuesta mínima está 50) - dijo poncho, dejando claro que en esta partida no se andaban con chiquitas.

- Subámosla a cien.



El conde de Hungsteienlreichenaft, y el bigotudo general Lichonhoft dieron su aprobación con un gesto. Solamente el gangoso Obispo pareció reticence a aceptar la nueva medida, pero no objetó.

Acto seguido la chica vestida al gusto del obispo sirvió copas, puros, y ciertas substancias ilegales de las que no entraremos en detalles. Comenzó una partida larga e intensa en la que salían manos de caliche elevado y las fichas pasaban rápidamente de unas manos a otras en grandes cantidades. Fué cuando a Struchem le salió un doble par de ases y ochos el momento en que se dió cuenta de que el sucio chucho estaba haciendo trampas. Se levantó empuñando un cuchillo y gritando:

- Bestia inmunda, me la estás dando, devuélveme lo que me has ganado,- solo le quedaban 300 dólares prusianos en fichas.

- Woof woff woof (No quiero rollos, vale?) Wooof (No he estado haciendo trampas) - y calleron dos ases de picas de su manga.

Struchem se avalanzó sobre el maloliente can, cuchillo en mano dispuesto a pincharselo, pero Poncho esquivó con un golpe haciendo caer la mano del soldado sobre el largo bigote de Lichonhofrt y cortándole medio baffo de un tajazo. Se desató la trifulca tabernaria (deporte preferido de Struchem, recordémoslo), El perro golpeó al soldado, que calló al suelo, Lichonfhort sacó una luger modelo antiguo, el conde aficionado al sado cogió un látigo, el Obispo se escondió bajo la mesa y la muchacha vestida al gusto del clérigo se quitó la máscara de cuero y sacó un fusil de debajo de la barra.

No duró mucho la pelea, para disgusto de Struchem, pues nada más empezar se escuchó el silbido y la consiguiente explosión de una bomba fuera de la taberna. Le sucedieron otras tantas, cayendo una en el techo del Club y haciendo enterrar bajo escombros a los contendientes.

CONTINUARÁ